Escuela de la fe: Los martes a las 8 de la tarde

Escuela de la Fe

«Estad siempre dispuestos para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y respeto» (1 Ped 3,15-16).
Esta era la invitación del apóstol San Pedro a los primeros cristianos que debían moverse en un mundo pagano y hostil. Un mundo que guarda muchas semejanzas con el nuestro. Para poder dar razón de nuestra fe y para vivirla con autenticidad necesitamos primero conocerla y estar convencidos de ella.

Vivimos en un ambiente en el que continuamente se ponen en tela de juicio e incluso se atacan frontalmente nuestras creencias y valores más importantes. Está cada vez más difundida una mentalidad y un estilo de vida contrarios al Evangelio y a la verdadera dignidad de la persona humana. Y esto lo constatamos no sólo en los medios de comunicación y campañas publicitarias, sino incluso en las conversaciones ordinarias con los compañeros de trabajo o con los amigos. Da la impresión de que ser «moderno» y «católico» se contra-ponen, más aún, que son realidades incompatibles.
Muchos, ante esta situación, se sienten confundidos y no saben cómo reaccionar a los problemas. Otros se limitan a encogerse de hombros en silencio o, a lo sumo, responden con un «la Iglesia lo dice», pero no saben por qué lo dice y ni siquiera se lo han planteado. Algunos parece que viven su fe y su condición de católicos con un cierto complejo de inferioridad, como avergonzados por el hecho de serlo. No faltan tampoco los que adoptan la actitud defensiva y se repliegan en un conservadurismo de tinte radical y polémico; alzan la voz pero no los argumentos y el efecto que obtienen en ocasiones es el contrario. Porque la verdad cuando es proclamada sin caridad deja de ser cristiana.
Quizá los fenómenos más difundidos en nuestra sociedad sean el subjetivismo religioso y el “ateísmo práctico”. El subjetivismo religioso concibe la fe como un mero sentimiento o convicción subjetiva, y no como una aceptación firme de cuanto Dios nos ha revelado y la Iglesia nos transmite. Por eso hoy día hay tantos hombres y mujeres que se crean una «religión a la carta». El ateísmo práctico se da cuando, aun aceptando teóricamente a Dios, se vive la vida personal, familiar y profesional guiados por valores e intereses contrarios al Evangelio.
A pesar de todos estos fenómenos, existen también, gracias a Dios, los católicos que viven su fe con alegría y convicción. Conocen su fe, buscan vivirla con autenticidad y son capaces de comunicarla a cuantos viven a su alrededor. Estos son un consuelo y una grandísima esperanza para Cristo y para la Iglesia.
Resulta cada vez más evidente que difícilmente podremos vivir nuestra fe, y menos aún dar testimonio convincente de ella ante los demás, si no la conocemos. Me pregunto cuántos de nosotros tenemos un conocimiento al menos suficiente de las verdades de la fe y de la moral católica. Cuántos seríamos capaces de exponer de manera con-vincente, por ejemplo, la postura de la Iglesia sobre el celibato sacerdotal o el sacerdocio femenino, sobre la indisolu-bilidad del matrimonio o el aborto, etc.
No es fácil en la actualidad encontrar católicos bien preparados, con las ideas claras. Y para ello no basta con la catequesis que recibimos de niños. Resultaría ridículo, aparte de imposible, querer ponernos el vestido de nuestra primera comunión; igualmente resultaría ridículo responder a los interrogantes de nuestra vida adulta con los simples conocimientos aprendidos en la infancia. A la edad adulta corresponde una fe adulta, es decir, cultivada y profundizada con seriedad y método. Y esto sólo se logra con la oración y con una formación permanente y metódica.
¡Qué importante es cultivar nuestra fe también con una buena preparación doctrinal! Si en el campo profesional, la ignorancia y el no estar al día en los problemas y en las nuevas técnicas pueden costar caro, la ignorancia en el campo de la fe y de la moral es todavía más perniciosa, pues del modo como vivamos ahora nuestra relación con Dios depende nuestra eternidad.
Son muy elocuentes y claras, al respecto, las palabras que el Card. Ratzinger pronunció en su homilía durante la misa inicial del cónclave que lo elegiría Papa (18 de abril de 2005): «La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido agitada con frecuencia por estas olas, llevada de un extremo al otro, del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. (…) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, se etiqueta a menudo como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar “aquí y allá por cualquier viento de doctrina” parece la única actitud a la altura de los tiempos que corren. Toma forma una dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida solo al propio yo y a sus deseos. Nosotros, sin embargo, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. El es la medida del verdadero humanismo. “Adulta” no es una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad: adulta y madura es una fe profundamente enraizada en la amistad con Cristo».
Por todo ello, os invito a la ESCUELA DE LA FE que se va a poner en marcha los martes de 8 a 9 de la tarde. Estudiaremos el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, una síntesis fiel y segura de todos los elementos fundamentales de la fe de la Iglesia expuestos con brevedad, claridad e integridad. Un precioso «vademécum» -como el Papa Benedicto XVI lo ha llamado- útil no sólo para la propia formación sino también para la catequesis y el apostolado.

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