Carta del Párroco: Tu presencia, Señor, es el fundamento de nuestra adoración

Domingo 10 de octubre de 2021

La adoración no se basa en reglas, religión o normas; se basa en una relación. Todo lo que hacemos debe fluir de nuestra relación con Dios. Perdemos el enfoque cuando reducimos la adoración a programas o actos en lugar de concentrarnos en la persona y la presencia de Jesús.

En el evangelio de Juan, Jesús redefine la geografía de nuestra adoración. En el capítulo 4, observamos una importante conversación entre Jesús y una mujer samaritana sobre la adoración. Mientras el tema de la conversación se mueve del agua a la adoración, Jesús comienza a explicar esta radical revolución. La adoración ya no se limita a templos, técnicas o tradiciones. Como Jesús explica: “…Se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Juan 4,21); en lugar de eso, “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23).
El punto central de la adoración ya no se encontraría en un edificio hecho de piedra en Jerusalén. Se encontraría – y aún se encuentra – en la persona de Cristo. En Jesús, por medio del poder del Espíritu Santo, ahora podemos experimentar la presencia del Padre. En la adoración, podemos acercarnos confiadamente a Dios sabiendo que Él nos responderá acercándose a nosotros.

El teólogo escocés, James Torrance, habla de dos formas de ver la adoración: como tarea y como regalo:
-Muchos de nosotros vemos la adoración como algo que hacemos nosotros, una tarea. Vamos a la iglesia, oramos, leemos la biblia, servimos a los pobres, damos, colaboramos… Esta visión de la adoración no solamente no nos coloca en el centro de la adoración, sino que también nos lleva al agotamiento. Por nuestros propios esfuerzos jamás podremos hacer lo suficiente.
-La otra perspectiva de la adoración es verla como un regalo, como nuestra mayor alegría en la vida. Como lo expresó C. S. Lewis: “Al ordenarnos que lo alabemos, Dios nos está invitando a disfrutarlo”. La adoración es algo a lo que estamos invitados. En ella, experimentamos la presencia de Dios y nos reunimos en comunidad con Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.

Leemos en Romanos 5,5 que en la adoración recibimos el amor de Dios ya que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Cuando entendemos que la adoración es un tiempo en la presencia de Dios, descubrimos que en ella somos motivados, recibimos visión, somos inspirados, restaurados, llenos de amor y renovados. La adoración se convierte en algo estimulante que transforma nuestras vidas de una forma radical.

William Temple escribe: “Este mundo puede salvarse del caos político y del colapso por medio de una cosa, la adoración”. En un mundo en crisis económica donde las instituciones principales tambalean, donde más de 27 millones de personas son víctimas de la esclavitud, donde millones mueren de hambre y de enfermedades innecesarias, solamente nuestro Dios es lo suficientemente fuerte para salvar. Cuando lo adoramos, somos colmados de su presencia y somos fortalecidos para ser agentes de transformación y cambio. Nuestros corazones se ablandan para amar más como Cristo amó y nuestros ojos se abren para ver las necesidades y posibilidades a nuestro alrededor.

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